miércoles, 26 de noviembre de 2008

Inteligencia

A mediados del siglo pasado los psicólogos conductistas dominaban los estudios con animales en el laboratorio. Aunque sus trabajos fueron muy importantes para la implantación del método científico en la psicología y sentaron algunas de las bases actuales de la conducta, lamentablemente sus concepciones acerca del funcionamiento del cerebro no eran muy acertadas, sobre todo en lo que se refiere a la existencia de la mente. Consideraban que los animales carecían de ella y que se comportaban como meros autómatas. Sin embargo, unas décadas antes Darwin ya había sostenido que el cerebro de los humanos era un producto del proceso evolutivo y que, por tanto, muchas de las capacidades que poseemos se aprecian ya en otros animales. Como dijo Jacob, la evolución es un proceso de bricolaje en el que se van sumando piezas a lo ya construido.

Con el paso de los años se vio que los conductistas estaban equivocados en sus concepciones acerca del cerebro. Ya se conocían algunos casos de inteligencia animal, pero a mediados del siglo pasado comenzaron a estudiarse de forma más sistemática. Desde entonces son famosos los casos de primates, como Kanzi o Washoe, que consiguieron comunicarse a través del lenguaje de signos, cuervos o primates que son capaces de emplear herramientas para conseguir comida, chimpancés capaces de emplear palos y lanzas para cazar, primates o ratas que poseen el concepto de número (algunos incluso llegan a sumar pequeñas cantidades), ovejas capaces de recordar caras tanto de otras ovejas como de humanos por un largo período de tiempo (hasta dos años), o pulpos capaces de aprender por simple observación.

Estos ejemplos suelen ser buenos para apoyar la teoría evolutiva. Es, en parte, lo que toma como base para sus estudios la psicología evolucionista. Su tesis es la siguiente: dado que el cerebro es un producto evolutivo y que la mente no es más que el cerebro en funcionamiento, la mayoría de las capacidades cognitivas que poseemos los humanos no son más que herencias de un pasado evolutivo. Basándose en esta tesis se han propuesto ideas muy interesantes y, en mi opinión, muy plausibles acerca de la moralidad, el arte, o el altruismo. Por tanto, descubrir que los animales son inteligentes y que comparten muchos rasgos de inteligencia con nosotros es un buen paso para aceptar la teoría evolutiva, aunque, por supuesto, no es un argumento definitivo.

El problema al evaluar la inteligencia de los animales suele residir en diseñar los experimentos correctamente. Existen muchas variables que para nosotros pueden pasar desapercibidas y que, sin embargo, el animal puede percibir perfectamente. Ahí van un par de ejemplos:

-Posiblemente el caso más famoso en este sentido es el del caballo Hans el Listo, que era un caballo alemán que podía, según su dueño, contar, sumar y contestar a cuestiones de toda índole, incluidas las de temática política. Efectivamente parecía que el caballo tenía una capacidad extraordinaria para realizar cálculos matemáticos. Se le planteaba el problema y el caballo comenzaba a golpear el suelo hasta que alcanzaba el resultado correcto, recibiendo su correspondiente recompensa. ¿Cuándo se descubrió que Hans no tenía tal capacidad? Cuando se le impidió ver las caras de aquellos que estaban presenciando las pruebas. Hans el Listo era listo pero no porque supiese realizar operaciones aritméticas sino porque era capaz de advertir gestos inconscientes de las personas que presenciaban sus pruebas. Cuando golpeaba repetidamente el suelo había un momento (cuando había alcanzado el resultado esperado) que las caras de los allí presentes se relajaban o mostraban algún gesto diferente y esas pistas eran aprovechadas por Hans para dar con la solución. Al problema planteado

-Otro caso no tan famoso pero también muy elocuente fue el de unos monos capuchinos a los que se les realizó una prueba de categorización. Se expuso a los monos a dos tipos de diapositivas, unas que contenían personas y otras “no personas”. Los monos sólo tenían que pulsar el botón adecuado y si acertaban recibían una recompensa. Después, cuando ya habían entrenado suficiente se pasaba a los monos diapositivas de personas y “no personas” completamente nuevas, para ver si habían sido capaces de crear esas dos categorías. Los resultados iniciales fueron muy prometedores, con un 75% de acierto en las diapositivas nuevas. Pero los investigadores no se conformaron con ese resultado y estudiaron a fondo las diapositivas por si hubiese alguna pista que ellos no detectaban pero los monos sí, del mismo modo que había ocurrido con Hans el Listo. Para ello, analizaron el nivel medio de brillo y los objetos que aparecían en el fondo de las diapositivas. Finalmente lo que descubrieron fue que una proporción significativa de diapositivas categorizadas incorrectamente por los monos como pertenecientes a “persona” tenían una mancha roja en algún lugar de la imagen. De esas diapositivas que realmente eran de “no persona”, las que se identificaban con mayor probabilidad como persona tenían una mancha roja como característica de un animal o una flor. Por tanto, los monos no parecían utilizar las categorías de los experimentadores en absoluto; si acaso, categorizaban las imágenes usando criterios muy diferentes de los que los seres humanos que habían diseñado la prueba habían imaginado.







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